Reuniones e hijos en la agenda
La madre ejecutiva trabaja en un mundo que mayoritariamente es de hombres. Su figura propicia pequeñas revoluciones, como que deje de haber reuniones a las siete de la tarde.
Pilar Jiménez no quiso renunciar ni al éxito profesional ni a tener dos niños, Adrià y Laia Yao.
Correr al encuentro de una mujer ejecutiva que es madre y que el taxista se pierda por la Zona Franca es generar un dolor de barriga añadido a esta cronista. Sobre todo si la idea preconcebida de lo que es una madre ejecutiva se corresponde más a una imagen hollywoodiense que a lo que se encontrará luego: ¿será una progenitora de agenda?, ¿será de las que no ven a sus hijos?, ¿descontará tiempo de los 60 minutos concertados?
Por fin el taxista llega al edificio de una multinacional. Seguridad, cinco pisos y un secretario guía a los visitantes hasta la puerta del despacho de su jefa. Ahí está Pilar Jiménez. Solo dos fotos tamaño carnet de un adolescente y de una niña indican que la ejecutiva de 47 años que aguarda con una sonrisa es madre.
A lo largo de dos horas de charla se hará evidente por qué Pilar no ve necesario hacer un gran despliegue de maternidad en su oficina. Ella siente que sus hijos no están en ningún momento lejos de ella. «Yo soy directora y madre las 24 horas del día. Lo consigo priorizando. Con los hijos tienes que estar físicamente en los momentos importantes o en los que ellos consideran que son importantes. En mi rol de madre me siento como cualquier otra».
Pilar, directora de personas y organización de una multinacional con la sede en Barcelona y presidenta de la Fundació Factor Humà, tiene dos hijos: Adrià, de 15 años, y Laia Yao, de 7.
El esquema preconcebido de la ejecutiva-madre-agenda se cae porque, en realidad, su discurso es como el de casi todas las mujeres que han aparecido en esta serie: una persona que se organiza con un modelo de maternidad que se acomoda a su vida, a lo que es ella.
Pilar lo consigue «reordenando» su tiempo según las necesidades de sus hijos y de su trabajo: «Mi agenda la llevo yo misma precisamente porque no es solo profesional».
Esta mujer ya era ejecutiva cuando decidió, junto con su pareja, tener su primer hijo. Entonces no veía ni la razón ni la necesidad de renunciar al éxito en el trabajo por dar a luz. Tampoco quería dejar de ser madre por ser una profesional de éxito. Cuando tuvo a Adrià tenía 31 años y ya estaba en la cima.
Permiso repartido
Era 1994 y Pilar se repartió el permiso de maternidad con el padre del chico. «Él pidió una excedencia porque entonces no había permiso de paternidad». Dos meses, ella; dos meses, él. Luego, la vida fue como antes. «Yo no quería dejar mi trayectoria profesional, la valoraba. Los dos la valorábamos. Estoy enamorada de mi trabajo», explica. Así fue hasta el 2006, cuando la que había sido su pareja de toda la vida murió de repente y Pilar tuvo que contratar a una mujer para que la ayudara de las 18.00 a las 20.00 horas, desde que los chicos salen del cole hasta que ella llega a casa, y cuando está de viaje. «Era la primera vez que entraba una extraña a casa».
Durante los primeros 12 años de la vida de Adrià, Pilar trabajó y fue madre o fue madre y trabajó siempre. Su marido, con horarios de funcionario, «se ocupaba de la logística» por las tardes. Horarios ordenados, prioridades claras y una capacidad de reorganización que, es consciente, le permite su cargo: «No me siento culpable. A veces sí, como cualquier madre, pero no por norma. En realidad no tengo tiempo de sentirme culpable. No creo que sea una madre desnaturalizada y, por mi cargo, tengo más flexibilidad que una persona con horarios rígidos».
La conciliación laboral y familiar era tan «natural» en su familia que en el 2001 ella y su pareja tomaron la decisión de adoptar un niño. La pequeña Laia Yao llegó en el 2003 cuando tenía un añito. Entonces, hubo otra reorganización: «Las personas no somos conscientes de lo que somos capaces de hacer».
Pilar ha trabajado siempre de las 9.00 a las 18.00 horas, excepto cuando ha tenido viajes de por medio. Es decir, levanta a sus hijos, los lleva al bus escolar y, cuando sale del trabajo, está con ellos. «Es una cuestión de calidad, no de cantidad», afirma.
Tiene muy claro que su trabajo no afecta a su manera de ser madre. Y que ser madre tampoco incide en su profesión. Hasta el 2006, de hecho, tenía una vida familiar, laboral y social muy activa. Su agenda no solo era trabajo: excursiones, viajes «de mochila» con sus hijos, amigos, familia y deberes.
Después del 2006, todo cambió. Pilar cuenta que era su compañero quien se sentaba con sus hijos a hacer las tareas escolares. Ahora esas dos horas al día están con Antònia, una mujer, dice Pilar, que se ha convertido en otra madre para sus hijos. «Compartimos valores y eso es lo que me da tranquilidad. Espero que ella se sienta tan bien que siempre esté con nosotros», dice.
En estos últimos cuatro años, la red familiar, social y, por supuesto, Antònia, la han ayudado. Sin embargo, Pilar tiene muy claro que «quien tiene que estar» con sus hijos es ella. «Cuando se murió su padre, mi hijo me preguntó: ‘¿Ahora cómo nos arreglaremos?. Estoy yo, le dije. Una madre tiene que dar seguridad a sus hijos y yo lo hago».
Su agenda electrónica no deja de hacer ruiditos; ella no le hace caso. Es jueves y tiene programadas varias reuniones. «Cuando convocan una a las 19.00 horas, intento que se haga antes. En el mundo de la empresa y de la dirección aún hay una cultura muy masculina. Los horarios los dictan los hombres, pero las mujeres tenemos la responsabilidad de cambiarlos, de no ser víctimas».
En España hay más mujeres en cargos de responsabilidad que en países como Francia o Italia. Aun así, solo el 10% de los puestos de dirección general están ocupados por ellas, y la cifra ha disminuido dos puntos en los últimos años a consecuencia de la crisis. Pilar lleva dos decenios en las estadísticas de mujeres ejecutivas.
Después de una tarde de reuniones, a las 20.00 horas llegará a casa y estará con sus hijos. Los fines de semana, dice ella, se reparten entre el fútbol, el parque, los deberes, los amigos y las familia. Y si suena el móvil del trabajo o si llega un correo electrónico, también conEnlacea.
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Pilar Jiménez no quiso renunciar ni al éxito profesional ni a tener dos niños, Adrià y Laia Yao.
Correr al encuentro de una mujer ejecutiva que es madre y que el taxista se pierda por la Zona Franca es generar un dolor de barriga añadido a esta cronista. Sobre todo si la idea preconcebida de lo que es una madre ejecutiva se corresponde más a una imagen hollywoodiense que a lo que se encontrará luego: ¿será una progenitora de agenda?, ¿será de las que no ven a sus hijos?, ¿descontará tiempo de los 60 minutos concertados?
Por fin el taxista llega al edificio de una multinacional. Seguridad, cinco pisos y un secretario guía a los visitantes hasta la puerta del despacho de su jefa. Ahí está Pilar Jiménez. Solo dos fotos tamaño carnet de un adolescente y de una niña indican que la ejecutiva de 47 años que aguarda con una sonrisa es madre.
A lo largo de dos horas de charla se hará evidente por qué Pilar no ve necesario hacer un gran despliegue de maternidad en su oficina. Ella siente que sus hijos no están en ningún momento lejos de ella. «Yo soy directora y madre las 24 horas del día. Lo consigo priorizando. Con los hijos tienes que estar físicamente en los momentos importantes o en los que ellos consideran que son importantes. En mi rol de madre me siento como cualquier otra».
Pilar, directora de personas y organización de una multinacional con la sede en Barcelona y presidenta de la Fundació Factor Humà, tiene dos hijos: Adrià, de 15 años, y Laia Yao, de 7.
El esquema preconcebido de la ejecutiva-madre-agenda se cae porque, en realidad, su discurso es como el de casi todas las mujeres que han aparecido en esta serie: una persona que se organiza con un modelo de maternidad que se acomoda a su vida, a lo que es ella.
Pilar lo consigue «reordenando» su tiempo según las necesidades de sus hijos y de su trabajo: «Mi agenda la llevo yo misma precisamente porque no es solo profesional».
Esta mujer ya era ejecutiva cuando decidió, junto con su pareja, tener su primer hijo. Entonces no veía ni la razón ni la necesidad de renunciar al éxito en el trabajo por dar a luz. Tampoco quería dejar de ser madre por ser una profesional de éxito. Cuando tuvo a Adrià tenía 31 años y ya estaba en la cima.
Permiso repartido
Era 1994 y Pilar se repartió el permiso de maternidad con el padre del chico. «Él pidió una excedencia porque entonces no había permiso de paternidad». Dos meses, ella; dos meses, él. Luego, la vida fue como antes. «Yo no quería dejar mi trayectoria profesional, la valoraba. Los dos la valorábamos. Estoy enamorada de mi trabajo», explica. Así fue hasta el 2006, cuando la que había sido su pareja de toda la vida murió de repente y Pilar tuvo que contratar a una mujer para que la ayudara de las 18.00 a las 20.00 horas, desde que los chicos salen del cole hasta que ella llega a casa, y cuando está de viaje. «Era la primera vez que entraba una extraña a casa».
Durante los primeros 12 años de la vida de Adrià, Pilar trabajó y fue madre o fue madre y trabajó siempre. Su marido, con horarios de funcionario, «se ocupaba de la logística» por las tardes. Horarios ordenados, prioridades claras y una capacidad de reorganización que, es consciente, le permite su cargo: «No me siento culpable. A veces sí, como cualquier madre, pero no por norma. En realidad no tengo tiempo de sentirme culpable. No creo que sea una madre desnaturalizada y, por mi cargo, tengo más flexibilidad que una persona con horarios rígidos».
La conciliación laboral y familiar era tan «natural» en su familia que en el 2001 ella y su pareja tomaron la decisión de adoptar un niño. La pequeña Laia Yao llegó en el 2003 cuando tenía un añito. Entonces, hubo otra reorganización: «Las personas no somos conscientes de lo que somos capaces de hacer».
Pilar ha trabajado siempre de las 9.00 a las 18.00 horas, excepto cuando ha tenido viajes de por medio. Es decir, levanta a sus hijos, los lleva al bus escolar y, cuando sale del trabajo, está con ellos. «Es una cuestión de calidad, no de cantidad», afirma.
Tiene muy claro que su trabajo no afecta a su manera de ser madre. Y que ser madre tampoco incide en su profesión. Hasta el 2006, de hecho, tenía una vida familiar, laboral y social muy activa. Su agenda no solo era trabajo: excursiones, viajes «de mochila» con sus hijos, amigos, familia y deberes.
Después del 2006, todo cambió. Pilar cuenta que era su compañero quien se sentaba con sus hijos a hacer las tareas escolares. Ahora esas dos horas al día están con Antònia, una mujer, dice Pilar, que se ha convertido en otra madre para sus hijos. «Compartimos valores y eso es lo que me da tranquilidad. Espero que ella se sienta tan bien que siempre esté con nosotros», dice.
En estos últimos cuatro años, la red familiar, social y, por supuesto, Antònia, la han ayudado. Sin embargo, Pilar tiene muy claro que «quien tiene que estar» con sus hijos es ella. «Cuando se murió su padre, mi hijo me preguntó: ‘¿Ahora cómo nos arreglaremos?. Estoy yo, le dije. Una madre tiene que dar seguridad a sus hijos y yo lo hago».
Su agenda electrónica no deja de hacer ruiditos; ella no le hace caso. Es jueves y tiene programadas varias reuniones. «Cuando convocan una a las 19.00 horas, intento que se haga antes. En el mundo de la empresa y de la dirección aún hay una cultura muy masculina. Los horarios los dictan los hombres, pero las mujeres tenemos la responsabilidad de cambiarlos, de no ser víctimas».
En España hay más mujeres en cargos de responsabilidad que en países como Francia o Italia. Aun así, solo el 10% de los puestos de dirección general están ocupados por ellas, y la cifra ha disminuido dos puntos en los últimos años a consecuencia de la crisis. Pilar lleva dos decenios en las estadísticas de mujeres ejecutivas.
Después de una tarde de reuniones, a las 20.00 horas llegará a casa y estará con sus hijos. Los fines de semana, dice ella, se reparten entre el fútbol, el parque, los deberes, los amigos y las familia. Y si suena el móvil del trabajo o si llega un correo electrónico, también conEnlacea.
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