FELICIDAD
Ser felices es la aspiración a la cual todos pretendemos llegar y el máximo objetivo de vida, pero este estado de plenitud en el cual nos sumerge la felicidad no viene por sí solo, sino que requiere de una actitud y de valorar lo que se tiene. Un grupo de expertos reflexiona sobre la plenitud vital y la activa aspiración a ser feliz.
Hoy es el Día Internacional de la Felicidad, y aunque el anhelo de ser feliz es tan antiguo como la historia de la humanidad, la instauración de un "día oficial" por parte de la ONU cuenta sólo con dos años de edad. Debatir sobre la felicidad, así, está de moda pero como ni se compra, ni se toma prestada, ni la dan los dioses, vale la pena volver a reflexionar sobre este concepto tan universal como único e intrasferible. Al pensarla y nombrarla toma cuerpo, y algo puede aprehenderse.
La felicidad es un estado de plenitud y paz interior, la íntima y continúa sensación de provecho de la vida y de que ésta vale la pena, señala Norbert Bilbeny, catedrático de Ética (Universidad de Barcelona). Más que alcanzar lo que se desea, ser feliz es el mismo desear, y ser consciente y gozar de eso. Por ello, estar triste o descontento no roba la felicidad, porque ésta es "la música de fondo que uno pone en su vida", explica, una música que los ruidos ajenos o los propios desafinados no consiguen alterar. Cada uno la persigue a su modo, hay quienes no quieren hacerlo, y desde la perspectiva de este catedrático de Ética, la aspiración de ser feliz es una compensación al hecho de ser mortales.
La filosofía, la psicología, la antropología, la economía, la estadística... analizan este "constructor de diversas cosas", según palabras del Óscar García, director del Departamento de Psicología de la Universidad Europea (Madrid), que considera que su debate se puso de moda cuando en el 2002 se otorgó el premio Nobel de Economía al psicólogo Daniel Kahneman, que ha estudiado la percepción de la felicidad en los individuos y, entre otras muchas cuestiones, la relación entre el dinero y la felicidad.
La novedad es la confluencia de estas diferentes disciplinas en el análisis y la reflexión sobre la felicidad, o más que felicidad, según señala Rafael Bisquerra, director del posgrado en Eduación Emocional y Bienestar (Universidad de Barcelona), lo que la investigación científica entiende como "bienestar". Un bienestar subjetivo que debe ser entendido como una valoración global de la satisfacción con la vida.
Cada vez se ve más claro, explica, que la felicidad es el resultado de un aprendizaje. Un aprendizaje que no está incluido en el currículum académico, lo que implica que a muchas personas les sea más difícil acercarse. Requiere un autoconocimiento y un conocimiento de cómo funcionan las emociones, las creencias y la autoestima. Y en este sentido debe entenderse el progresivo interés por la educación emocional.
Conocerse a uno mismo, explica Óscar García, es saber cuáles son las limitaciones y plantearse retos alcanzables, que fomenten los puntos fuertes de cada uno. Por ello, destaca la importancia del "optimismo emocionalmente inteligente", una actitud que opone al "falso optimismo", y que permite conectar con la realidad y sus aspectos más favorables.
Bilbeny también considera que la felicidad no viene por sí sola, requiere de un trabajo que no puede ser contradictorio con ella, de cultivar la sensibilidad, la inteligencia, la imaginación, y siempre la amistad, porque es incompatible con el egoísmo. No existe una felicidad egoísta. Quien reúne las condiciones para ser feliz es precisamente quien más lo es cuando ve que su entorno disfruta.
El camino para que suene esta música de fondo puede empezar en la infancia. Los padres, los educadores deben poner las bases para que los niños amen su entorno, amen la vida, explica Petra Maria Pérez Alonso-Geta, catedrática de Teoría de la Educación (Universidad de Valencia), y esto se logra ayudándoles a investigar, a descubrir, a explorar, y a lograr a través del esfuerzo. Tocar un instrumento o meter un gol son logros que requieren de un trabajo previo, indica, y enseña que las cosas se pueden conseguir si se trabajan. Por ello, recuerda que recientes estudios vinculan un mayor consumo de televisión en la infancia a sentimientos de menor felicidad, porque en este consumo pasivo no existe ni exploración, ni descubrimiento ni logro.
La felicidad está conectada con el ansia de libertad, entendida como la capacidad de elección para construir un mundo propio. Las personas han de saber elegir contextos en los que se pueda maximizar su autoestima, espacios que permitan tener relaciones satisfactorias. Es lo que esta catedrática denomina "lugares antropológicos", que son lo contrario de los espacios de anonimato, contextos en los que uno se siente identificado y reconocido, y que entre los jóvenes puede darse perfectamente en las redes sociales.
Y los más pequeños deben de tener padres que construyan estos lugares, y que después ellos querrán elaborar también en el futuro desde su libertad. Sin olvidar, claro está, que de padres o maestros cenizos no brota el anhelo de felicidad, el anclaje de una buena autoestima.
La felicidad viene de uno mismo, poco se va a conseguir si uno espera que venga dada por los demás porque se basa en esta construcción de unos espacios y unos tiempos propios. Es plantearse metas y por ello, según señala Alonso-Geta, tiene que ver con el futuro, con el deseo de alcanzar metas.
En la vida hay una necesidad: comer. Un deber: la vida digna. Y una aspiración: ser felices. Tres cuestiones que requieren que haya justicia. Así lo plasma Norbert Bilbeny en lo que ha nombrado como "mi decálogo de la felicidad", respondiendo a las preguntas de este diario. Un decálogo en el que pincela la felicidad como el gozo del deseo, que vincula más a amar que a ser amado y que, estirando de este hilo y llevándolo hasta el final, entiende que la mayor felicidad es la del enamorado o la del filósofo.
Hoy es el Día Internacional de la Felicidad y así se ha establecido para subrayar que el bienestar debe ser una aspiración universal y proponer su inclusión en las políticas de los gobiernos. Pero más vale que cada uno, si puede, busque su camino y componga su propia música interior.
Una mirada global
Norbert Bilbeny, Cátedra de Ética (UB): “Es un estado constante de plenitud y sensación de provecho de la vida y de que ésta vale la pena. Más que alcanzar lo que se desea, ser feliz es el mismo desear, y ser conscientes y gozar de eso”
Petra María Pérez, Cátedra de Educación (UV): “Hay que educar a los niños para que amen la vida. Les gusta investigar, conocer, explorar y lograr. Cuando ven que pueden lograr con trabajo lo que se plantean se traza el camino para ser feliz”
Rafael Bisquerra, Cát. Ed. Emocional (UB): “La felicidad es resultado de un aprendizaje que no está en el currículum. Tal vez por esto no se facilita a muchas personas, que lo tienen difícil. La educación emocional tiene este objetivo”
Óscar García, Posgrado Psicología (UE): "Hay que conocerse a uno mismo, aprender como somos y trascenderlo. Aplicar un optimismo realista que fomente los puntos fuertes que cada persona tiene, no los retos inalcanzables”
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Hoy es el Día Internacional de la Felicidad, y aunque el anhelo de ser feliz es tan antiguo como la historia de la humanidad, la instauración de un "día oficial" por parte de la ONU cuenta sólo con dos años de edad. Debatir sobre la felicidad, así, está de moda pero como ni se compra, ni se toma prestada, ni la dan los dioses, vale la pena volver a reflexionar sobre este concepto tan universal como único e intrasferible. Al pensarla y nombrarla toma cuerpo, y algo puede aprehenderse.
La felicidad es un estado de plenitud y paz interior, la íntima y continúa sensación de provecho de la vida y de que ésta vale la pena, señala Norbert Bilbeny, catedrático de Ética (Universidad de Barcelona). Más que alcanzar lo que se desea, ser feliz es el mismo desear, y ser consciente y gozar de eso. Por ello, estar triste o descontento no roba la felicidad, porque ésta es "la música de fondo que uno pone en su vida", explica, una música que los ruidos ajenos o los propios desafinados no consiguen alterar. Cada uno la persigue a su modo, hay quienes no quieren hacerlo, y desde la perspectiva de este catedrático de Ética, la aspiración de ser feliz es una compensación al hecho de ser mortales.
La filosofía, la psicología, la antropología, la economía, la estadística... analizan este "constructor de diversas cosas", según palabras del Óscar García, director del Departamento de Psicología de la Universidad Europea (Madrid), que considera que su debate se puso de moda cuando en el 2002 se otorgó el premio Nobel de Economía al psicólogo Daniel Kahneman, que ha estudiado la percepción de la felicidad en los individuos y, entre otras muchas cuestiones, la relación entre el dinero y la felicidad.
La novedad es la confluencia de estas diferentes disciplinas en el análisis y la reflexión sobre la felicidad, o más que felicidad, según señala Rafael Bisquerra, director del posgrado en Eduación Emocional y Bienestar (Universidad de Barcelona), lo que la investigación científica entiende como "bienestar". Un bienestar subjetivo que debe ser entendido como una valoración global de la satisfacción con la vida.
Cada vez se ve más claro, explica, que la felicidad es el resultado de un aprendizaje. Un aprendizaje que no está incluido en el currículum académico, lo que implica que a muchas personas les sea más difícil acercarse. Requiere un autoconocimiento y un conocimiento de cómo funcionan las emociones, las creencias y la autoestima. Y en este sentido debe entenderse el progresivo interés por la educación emocional.
Conocerse a uno mismo, explica Óscar García, es saber cuáles son las limitaciones y plantearse retos alcanzables, que fomenten los puntos fuertes de cada uno. Por ello, destaca la importancia del "optimismo emocionalmente inteligente", una actitud que opone al "falso optimismo", y que permite conectar con la realidad y sus aspectos más favorables.
Bilbeny también considera que la felicidad no viene por sí sola, requiere de un trabajo que no puede ser contradictorio con ella, de cultivar la sensibilidad, la inteligencia, la imaginación, y siempre la amistad, porque es incompatible con el egoísmo. No existe una felicidad egoísta. Quien reúne las condiciones para ser feliz es precisamente quien más lo es cuando ve que su entorno disfruta.
El camino para que suene esta música de fondo puede empezar en la infancia. Los padres, los educadores deben poner las bases para que los niños amen su entorno, amen la vida, explica Petra Maria Pérez Alonso-Geta, catedrática de Teoría de la Educación (Universidad de Valencia), y esto se logra ayudándoles a investigar, a descubrir, a explorar, y a lograr a través del esfuerzo. Tocar un instrumento o meter un gol son logros que requieren de un trabajo previo, indica, y enseña que las cosas se pueden conseguir si se trabajan. Por ello, recuerda que recientes estudios vinculan un mayor consumo de televisión en la infancia a sentimientos de menor felicidad, porque en este consumo pasivo no existe ni exploración, ni descubrimiento ni logro.
La felicidad está conectada con el ansia de libertad, entendida como la capacidad de elección para construir un mundo propio. Las personas han de saber elegir contextos en los que se pueda maximizar su autoestima, espacios que permitan tener relaciones satisfactorias. Es lo que esta catedrática denomina "lugares antropológicos", que son lo contrario de los espacios de anonimato, contextos en los que uno se siente identificado y reconocido, y que entre los jóvenes puede darse perfectamente en las redes sociales.
Y los más pequeños deben de tener padres que construyan estos lugares, y que después ellos querrán elaborar también en el futuro desde su libertad. Sin olvidar, claro está, que de padres o maestros cenizos no brota el anhelo de felicidad, el anclaje de una buena autoestima.
La felicidad viene de uno mismo, poco se va a conseguir si uno espera que venga dada por los demás porque se basa en esta construcción de unos espacios y unos tiempos propios. Es plantearse metas y por ello, según señala Alonso-Geta, tiene que ver con el futuro, con el deseo de alcanzar metas.
En la vida hay una necesidad: comer. Un deber: la vida digna. Y una aspiración: ser felices. Tres cuestiones que requieren que haya justicia. Así lo plasma Norbert Bilbeny en lo que ha nombrado como "mi decálogo de la felicidad", respondiendo a las preguntas de este diario. Un decálogo en el que pincela la felicidad como el gozo del deseo, que vincula más a amar que a ser amado y que, estirando de este hilo y llevándolo hasta el final, entiende que la mayor felicidad es la del enamorado o la del filósofo.
Hoy es el Día Internacional de la Felicidad y así se ha establecido para subrayar que el bienestar debe ser una aspiración universal y proponer su inclusión en las políticas de los gobiernos. Pero más vale que cada uno, si puede, busque su camino y componga su propia música interior.
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