LA SABIDURÍA DE LA TORTUGA: “Sin prisas pero sin pausa”
Introducción:
En la costa oeste de Nicaragua se produce en las tardes-noche de julio un espectáculo inolvidable: cientos de tortugas emergen de las aguas del Pacífico para conquistar la orilla y con sus movimientos pausados buscan un lugar idóneo para enterrar sus huevos en la arena. Con el objetivo de cumplir con la misión de mantener la especie, cada animal quizás haga un recorrido de miles de kilómetros para volver al sitio donde nació y en ello, según la tradición popular, puede que empleen unos treinta años.
Desde nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de proceder? ¿Es una pérdida de tiempo? ¿Es una baja productividad? Quizás nos surja el deseo de poder acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y eficaces. Seguro que también se buscaría alguna justificación racional: de esa manera se les ayudaría y facilitaría su ardua labor y podrían tener más descendencia. Desgraciadamente, la disminución de ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su ciclo vital, sino a la presencia del ser humano, que roba sus huevos y esquilma a los ejemplares adultos, provocando su lenta desaparición.
Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida actuales. En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, “tonto” o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible “al momento”. Por ejemplo, hoy una espera de quince segundos ante el ascensor se hace insoportable o por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se disponga, nos enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que observe el día a día de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente de un lugar para otro. Muchas personas, si pudieran desearían que el día tuviera el doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya que supone una pérdida de tiempo.
¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces? La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podamos ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera. Es el propio ser humano el que se plantea el problema y el único que tiene la respuesta.
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Adjunto/s asociado/s: LA SABIDURÍA DE LA TORTUGA: “Sin prisas pero sin pausa”, 7 págs. (pdf) (castella
Introducción:
En la costa oeste de Nicaragua se produce en las tardes-noche de julio un espectáculo inolvidable: cientos de tortugas emergen de las aguas del Pacífico para conquistar la orilla y con sus movimientos pausados buscan un lugar idóneo para enterrar sus huevos en la arena. Con el objetivo de cumplir con la misión de mantener la especie, cada animal quizás haga un recorrido de miles de kilómetros para volver al sitio donde nació y en ello, según la tradición popular, puede que empleen unos treinta años.
Desde nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de proceder? ¿Es una pérdida de tiempo? ¿Es una baja productividad? Quizás nos surja el deseo de poder acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y eficaces. Seguro que también se buscaría alguna justificación racional: de esa manera se les ayudaría y facilitaría su ardua labor y podrían tener más descendencia. Desgraciadamente, la disminución de ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su ciclo vital, sino a la presencia del ser humano, que roba sus huevos y esquilma a los ejemplares adultos, provocando su lenta desaparición.
Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida actuales. En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, “tonto” o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible “al momento”. Por ejemplo, hoy una espera de quince segundos ante el ascensor se hace insoportable o por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se disponga, nos enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que observe el día a día de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente de un lugar para otro. Muchas personas, si pudieran desearían que el día tuviera el doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya que supone una pérdida de tiempo.
¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces? La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podamos ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera. Es el propio ser humano el que se plantea el problema y el único que tiene la respuesta.
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